Fotografía: Humberto Bilbao
Esta es una conversación que no tendría por qué haber sucedido. Que de hecho, durante varias décadas, jamás sucedió.
Euskadi, por razones de sobra conocidas, cavó enormes cráteres entre personas geográficamente cercanas. Las mismas calles, las mismas ciudades y los mismos pueblos vieron, en los años de plomo, cómo se establecía ese terrible vacío entre unas y otras.
Y es así como entre el Irún de la vida de Fermín Muguruza y el Bilbao de mi vida se instaló durante muchos años una insalvable distancia.
Nuestros itinerarios vitales son lejanos, nuestras coordenadas ideológicas dispares y nuestros entornos sociales distintos. Y sí, estamos en desacuerdo en muchas cosas, pero esto no es un debate. Es una conversación que busca parte de lo que siempre faltó: escuchar.
En lo que leerán a continuación está la mirada, la obra artística y las experiencias vitales de una persona que, como ella misma afirma, también está viva de milagro.
Igual que esta conversación. Por muchos motivos no tendría por qué haber sucedido.
Para muchos de los miembros de mi generación resulta casi imposible recordar nuestra juventud sin que esté tu música sonando. Ese papel dentro de la escena musical vasca, ¿lo esperabas cuando empezasteis?
No. Cuando empiezas no puedes imaginar que cincuenta y tres años después iba a estar aquí hablando contigo. De hecho, en el momento en que empiezo, la filosofía que más me influye es el existencialismo francés. Recuerdo entrevistas de aquella época en las que me preguntaban cuánto pensaba vivir. Y no tenía pensado vivir más allá de los treinta años. Así de claro. Anhelaba una vida breve, era contrario a tener hijos… Los animales en cautividad no se reproducen, me decía. En fin. Sartre y Simone de Beauvoir eran mis dos grandes influencias. Sentía la náusea existencial.
Así que no, nunca imaginé que pudiéramos publicar ni siquiera el primer disco de Kortatu. Era imposible imaginar que tantos años después terminaríamos recorriendo el mundo entero mostrando nuestra música.
Junto a La Polla Records, Eskorbuto o Barricada, el protagonismo de Kortatu es incuestionable. Es un tipo de sonido nacido aquí, en una atmósfera política determinada, que termina traspasando las fronteras.
El fenómeno punk en el País Vasco es muy peculiar. Es único. Discurre pegado a todo lo que en aquel momento ocurría en nuestra tierra y tenía una enorme personalidad propia. Tanta que recuerdo bien una charla que tuve con Benito Lertxundi; hablábamos precisamente de esto, y él decía que aquello de las crestas y toda esa estética la habíamos inventado nosotros.
Que no había existido Londres, ni Mánchester, ni Nueva York…
Exacto. Que todo lo que venía de allí sobre la base de ese descontento, esa rabia, esa manera de estar, lo habíamos inventado nosotros. Es verdad que antes de ese momento bandas como RIP o Eskorbuto fueron las que nos animaron a montar nuestro propio grupo. Y, por supuesto, la visita de los Clash en el 81, que vienen a actuar a Donosti un mes y medio después del intento de golpe de Estado.
¿Dirías que ese es el instante originario de Kortatu o es solo una leyenda?
Sí, bueno… Tengo diferentes referencias literarias que me vienen muy bien para que la gente las utilice en entrevistas.
En entrevistas como esta, por ejemplo.
Como esta, por ejemplo. Me empapé mucho de realismo mágico y literatura latinoamericana, y por eso cuento también mis propias aventuras, ya sabes…
No es del todo cierto que aquel concierto de los Clash sea el origen de Kortatu. De hecho, el grupo no lo montamos hasta dos años después, en el 83. Pero sí es verdad que nos impactó muchísimo ver a esta banda en directo. Y el impacto no fue solo a nivel musical. También a nivel político. En aquel momento estaban presentando Sandinista, con mensajes muy claros. Y en cuanto a escenificación proyectaban imágenes en la parte de atrás del escenario que eran muy impactantes. Era… no sé, una descarga brutal de energía desde todos los puntos de vista. Pero a ese punto de inflexión tendría que añadir el concierto que ese mismo año, en agosto, se hizo en Aixerrota contra la central nuclear de Lemoniz. Allí actuaron The Beat, banda puntera del revival skatalítico, y me enloquecieron. Yo estaba en la organización, era miembro de los comités antinucleares y me tocó atender el camerino. Aquello fue una revelación.
También los RIP. Cada vez que los veía en directo nos impactaban muchísimo. Así que estas bandas tuvieron una influencia enorme en nosotros. Una influencia que, por cierto, a día de hoy se mantiene todavía en grupos actuales. Eran realmente grandes.
El camino que después hizo Kortatu discurrió siguiendo una idea de búsqueda continua. De aprendizaje constante. Nos metíamos horas y horas en furgonetas a través de carreteras interminables en las que íbamos escuchando música. Nos empapábamos de todo lo que encontrábamos por el camino, y todo aquello se terminaba convirtiendo en influencia para nosotros. En lo musical y en lo político-organizativo; aquello nos permitió conocer de primera mano los movimientos anticapitalistas que promovían la autogestión y los circuitos independientes o los distintos modos de organización en las casas ocupadas.
Entre las influencias que se encuentran en vuestra primera etapa, ¿cuáles son las que destacarías, además del sonido de RIP y de los Clash?
Nuestras influencias primeras estaban básicamente en todo lo que era ilegal. Desde casetes de Imanol con aquella canción dedicada a Txabi Etxebarrieta, por ejemplo, a la ikurriña, una bandera que para mí siempre será una bandera rebelde porque en su día estuvo prohibida, porque fue la culpable de mis primeros actos de desobediencia al pintarla por todas partes. En el 76 la Guardia Civil mató a Josu Zabala en las fiestas de Hondarribia, un joven de Irún de veinticuatro años, familiar del que fuera furgonetero de Kortatu algunos años después, que participaba en una manifestación y tenía cosida una ikurriña en su chaqueta. Ten en cuenta que no se legalizó hasta el 77 y la policía la siguió odiando muchos años después. En los festivales de música vasca, cuando aparecía una ikurriña, sabías que la poli aparecería cargando en cualquier momento. Así que hasta mis catorce años todo estaba unido… Fiesta, música y reivindicación.
Puedo recordar también el primer disco de Oskorri, el de homenaje a Gabriel Aresti, que me parecía impresionante. Sobre todo en los temas menos festivos, los más lentos. Con Nacho de Felipe cortándonos el aliento en algunas de sus canciones. O los discos de Mikel Laboa que llegaban de Iparralde de manera clandestina.
Y, por supuesto, la formación académica. Todos mis hermanos y yo habíamos estudiado acordeón y solfeo. Así que cuando accedo al punk rock en una tienda en Baiona a la que íbamos a comprar música, todo fue un enorme descubrimiento. El disco de los Steel Pulse junto al de los Sex Pistols. Había discos de Peter Tosh y al lado estaban los de los Clash. Era una locura. Descubrimos que lo que más nos gustaba era el reggae y el revival del ska. Desde los Specials a los Beat, pasando por los Madness… Todo eso nos parecía increíble.
Poco después salió Zarama, que cantaban en euskera y nos parecía precioso. En fin, todo eso fue claramente el caldo de cultivo en el que nació Kortatu. Sobre todo una música como el ska, que es antifascista y antirracista sobre la base de la estética skin para llevársela a su terreno. Con blancos y negros actuando juntos sobre el escenario. Esto es lo que a nosotros más nos marca y más nos anima.
Hay finalmente una banda que es como el Dios de todo esto: Toots and the Maytals. Íbamos de bar en bar con un directo suyo en un casete y pedíamos que nos lo pusieran. Así que íbamos con ese casete, llegábamos a los bares y pedíamos dos cervezas cada uno.
Una para beberla…
Y la otra para tirárnosla por la cabeza [risas]. Veíamos la influencia tan fuerte de este grupo en que casi todas las bandas que nos gustaban estaban haciendo versiones de ellos. Así que, una vez ya metidos en harina, decidimos que Kortatu también tenía que hacer una versión de este grupo. De ese impulso sale la famosa «Sarri Sarri». Es una versión del «Chatty Chatty».
Más que una versión parece un homenaje.
Es un homenaje, sí. Un homenaje a los Toots and The Maytals para contar la celebración tras la fuga de Sarrionandia el 7 de julio, día de San Fermín. Habíamos actuado un mes antes en la cárcel de Martutene con Barricada, y recuerdo hablar con Sarri y como este le regaló al Drogas el tema «La silla eléctrica» en euskera. Tras la fuga nos prohibieron entrar en las cárceles. Después lo hice de nuevo con Brigadistak Sound System. Y años después lo conocí en Jamaica y tuve la suerte de que grabara conmigo.
Sí, esos eran los grandes pilares de influencia. Nos gustaban también bandas como The Jam. Si te fijas bien en su bajo verás que el de Kortatu se le parece, que tiene un predominio claro sobre el conjunto del sonido que además es lo que te lleva a moverte y a bailar. Hay una misma cultura de bajo que está muy presente en Kortatu.
Y finalmente, los Who. Tanto para Íñigo como para mí fueron también una banda clave. Y además, el motivo por el que Josu Eskorbuto y yo coincidimos en las primeras charlas que mantuvimos hasta su muerte.
Una primera maqueta compartida con Cicatriz, Jotakie y Kontuz Hi! y cuatro discos en cuatro años con alrededor de trescientos conciertos. ¿Cómo se aguanta un ritmo así?
Fue hiperintenso. Cuatro años y medio o cinco desde la primera maqueta hasta el final. Entre ensayos, conciertos, grabaciones en estudio, furgoneta, viajes… Aquello fue brutal. Cinco años frenéticos. Entre las cosas que influyen en la disolución de Kortatu, una de ellas es la velocidad que llevábamos. Nos dimos cuenta de que teníamos que parar. Supongo que aquella tralla estaba también relacionada con el speed. En aquella época nosotros consumíamos muchísimo.
¿Para aguantar la tralla o para incrementarla?
Porque era la droga que para nosotros, y para mí, iba mejor. Me mantenía todo el rato despierto. Yo venía consumiendo anfetaminas ya desde la época de estudiante porque me parecía alucinante. Estudiaba con distintos tipos de anfeta, centraminas, minilips… pero cuando descubrí la dexedrina, un fármaco contra el déficit de atención por desorden hiperactivo, me enganché. Las conseguía en farmacias a través de un psiquiatra de Salamanca, donde estudiaba Pedagogía, Psicología y Filosofía. La gente se las metía para aguantar la juerga pero yo me las metía para estudiar. Para leer. Devoré libros gracias a ellas. Cuando salía por las noches también, porque no he aguantado nunca mucho el alcohol y con las anfetas mantenía la cabeza como un tiro de afilada.
En fin, que durante cinco años no paraba de hacer cosas y prácticamente no dormía. La conclusión fue clara. Una debacle degenerativa muy fuerte, aquel ritmo te deja muy jodido físicamente. Pero bueno, es honesto reconocer que el speed y las anfetas tenían mucha relación con mi nivel de actividad de aquella etapa.
Mirando hacia atrás, de las canciones de aquel tiempo, ¿cuáles han envejecido mejor? ¿Cuáles podrías reivindicar todavía hoy?
«La línea del frente». Es una canción que incluso muchos años después grabé de nuevo en Jamaica junto a artistas jamaicanos. Es un homenaje a todos los grandes músicos de esa isla que me habían influido a lo largo de la vida. En ella hablaba de Bob Marley, con eso de «la barricada a las tres», de Eddy Grant con eso de «vivir en la línea del frente», de Peter Tosh cuando cito «soy una cuchilla andante» y de Linton Kwesi Johnson, que es otra vía fuera del rastafarismo aplicado al dub y al poetry dub, al que cito en «las fuerzas de la victoria». Todo está en esa canción y la sigo reivindicando porque me encanta.
También me gusta mucho «Etxerat». Es una canción que cantábamos en Kortatu volviendo de giras maratonianas que duraban uno o dos meses. Tiene para mí un significado muy familiar y muy querido de cuando avisábamos que volvíamos a casa —no existían los teléfonos móviles; llamábamos de algún lugar recóndito a cobro revertido y nuestro aita nos decía que ya estaba poniendo las botellas de sidra a refrescar—. En la misma hacemos además un guiño a los Redskins, banda contemporánea comprometida que sonaba continuamente en nuestra furgoneta. «Etxerat» con su significado de la vuelta a casa, del reencuentro, se ha convertido en una metáfora de la vuelta a casa de refugiados y presos, como en otras épocas lo fuera la canción navideña «Hator, hator, mutil etxera»; ven, ven muchacho a casa. Tiene el significado de la vuelta a casa. Hoy la sigo reivindicando.
«La línea del frente» está dentro del segundo álbum, El Estado de las cosas. Un trabajo que es claramente la consagración de Kortatu.
Además es un disco muy especial para nosotros. Ya en la propia portada hacemos un homenaje a los milicianos antifascistas en el 50 aniversario del comienzo de la Guerra Civil (36-86), mostramos que Kortatu es una banda que evoluciona estética y estilísticamente y que marcamos nuestro rumbo sin apego al pasado. Para muchos seguidores kalimotxeros supuso un cambio que no aceptaron.
Ese disco tiene dentro una canción que habla de algo que nos marcó, un antes y un después. Una experiencia traumática que vivimos en Baiona en septiembre del 85 con un atentado de los GAL en el Hotel Monbar. Me acerqué junto a unos amigos de Irún a visitar a un refugiado en Baiona. Nos juntamos con un anarco de allí al que llamábamos Durruti. Y en un bar estábamos echando una partida al futbolín junto a amigos. Bueno, pues esos son los que aquel día fueron asesinados. Tan solo un rato después. Fue tremendo todo.
Mientras comprobábamos si alguno estaba vivo, Durruti —Txetx Etcheverry— salió corriendo detrás de los pistoleros del GAL. En el camino avisaba a otra gente de Baiona, a Txikia por ejemplo, y los alcanzaron en el puente del río Errobi. Txetx neutralizó a uno de ellos y después de amenazarlo con la pistola la tiró al río.
Este amigo, Txetx, después se incorporó al sindicato de Josep Bové y fue bien reconocido en los noventa por su compromiso con la acción directa no violenta. Ahora milita en una fundación que depende del sindicato ELA y en una plataforma ecologista que se llama BIZI! Es uno de los que detuvieron hace semanas por implicarse en el desarme de ETA, y posteriormente salió a la calle con los demás activistas sociales que se implicaron en esa labor. Pero en aquel momento, recuerdo que nos quedamos en el bar de al lado del Monbar con la sensación de que los muertos podríamos haber sido nosotros.
De esa experiencia salió la canción del disco que lleva el nombre del hotel. Así que sí, además de la consagración del grupo, El Estado de las cosas es un álbum que para todos nosotros siempre será muy especial. Es un disco manifiesto.
¿Compartes la lectura de que el grupo desde la primera maqueta y desde el primer álbum hasta el último, el Azken guda dantza, va dejando poco a poco un ánimo más festivo para ir adentrándose más y más en reivindicaciones políticas?
Si analizamos los discos de Kortatu, la evolución musical y letrística es clara. Son un todo. Pero cuidado, porque el compromiso que tenemos con el euskera no hace que las letras sean más políticas por cantarlas en este idioma.
Hay mucha gente que asocia algunas canciones de Kortatu a un periodo concreto, pero el hardcore más bestial que hace el grupo está ya en su primera etapa. Canciones de las que se han hecho mil versiones, como por ejemplo «Zu atrapatu arte». He escuchado versiones de este tema en toda Latinoamérica. Las hacen en euskera. Y también la he escuchado en alemán, en polaco, en inglés… en todas las lenguas que te puedas imaginar. Tenemos el tema «Hernani 15-VI-84» y la versión en castellano de «Jimmy Jazz». Más político que eso, pues no sé… aunque claro, el espíritu iconoclasta estaba ahí siempre presente. Pero es que también lo estaba en «Aizkolari» de El Estado de las cosas o «After boltxebike» del Kolpez kolpe, el disco editado íntegramente en euskera, canción en la que nos declarábamos after-boltxebikes y criticábamos la corrupción o piñata de algunos «revolucionarios advenedizos».
Del último disco hay varios temas que tienen un humor descacharrante, como «AEK’ko beteranoak», con toques hip hop al estilo los Beastie Boys, que ya anunciaba el impacto que más tarde tendría este estilo en nuestra nueva banda, e incluso hicimos un tema sobre las relaciones personales como «Oker nago».
Mi visión es que, desde el primer disco, Kortatu propone un relato alternativo al discurso de la Transición y ofrece una crónica de la época con sus versiones no oficiales de los hechos.
Este disco, Azken guda dantza, es el anuncio de la despedida del grupo. Pero también es verdad que hay algo en ese título —última danza de guerra— que, además de hacer un guiño a la película que hizo Martin Scorsese sobre la despedida de The Band, The Last Waltz (El último vals), deja ver lo que ya sabíamos que venía. Una tregua de ETA. Se declaró dos meses después. Estábamos en el inicio de las conversaciones de Argel.
¿Cuáles dirías que son las razones de la disolución final de Kortatu?
Esa filosofía de no querer perpetuar las cosas, de no alargar demasiado las cosas. Y de alguna manera, una idea también anticomercial. Podríamos haber seguido tocando. Incluso hoy día nos siguen pidiendo que lo hagamos. Aprovecho esta entrevista para repetir que estoy completamente en contra de un revival de Kortatu.
En aquel momento, decidimos que todo lo que tenía que decir el grupo ya estaba dicho, y que a partir de allí tenía que comenzar una nueva etapa. Esa es la razón fundamental. Necesitábamos un tiempo de descanso, sí, pero sobre todo para preparar lo que vendría después. Desde Kolpez kolpe nos gustaba cantar todo en euskera, así que, de alguna manera, todo lo que vendría después sería también en euskera. Digamos que algo de Negu Gorriak ya estaba en el tercer disco de Kortatu.
No sé, queríamos hacer más cosas que dedicar todo nuestro tiempo y esfuerzo a un único grupo. Poder hacer cosas a nivel individual, no depender económicamente de Kortatu. Todo eso también influyó.
Da la sensación de que vosotros mismos os rebelasteis contra el enorme éxito que tuvo la banda.
Algo de eso hay, sí. Básicamente, sentimos que Kortatu ya lo había dicho todo. El ciclo había acabado y debía comenzar algo nuevo. Toda la evolución del grupo había sido de esa manera, con la idea de no caer en la autocomplacencia, no recurrir a lo que ya había tenido éxito. Disco a disco, golpe a golpe. Del castellano al euskera, del sello independiente a la autogestión, de los primeros ritmos más tribales a los más elaborados. Arriesgar y avanzar. Y con la disolución del grupo, en el fondo estábamos ante uno de los mayores riesgos de nuestra vida. Lo arriesgamos todo.
Un año y medio más tarde Íñigo y yo presentábamos una nueva banda con Kaki Arkarazo, que había sido el productor de Kolpez kolpe. Nos impactó mucho el surgimiento del rap y la escena hip hop, y sobre todo la banda Public Enemy, que se autodenominaban los Black Panthers del rap, con toda aquella parafernalia estética del contrapoder y la autodefensa, reivindicando las enseñanzas de Malcolm X. Empezamos un camino nuevo, innovador en lo musical, abierto a todos los estilos que nos gustaban, y mucha gente aplaudió la nueva propuesta. Pero fue difícil, mucho más de lo que habían sido los anteriores saltos de disco a disco de Kortatu. Hubo mucha gente que se quedó en la etapa anterior, pero nosotros ya estábamos con un nuevo acorazado Potemkin.
Llega Negu Gorriak. Del 90 al 96. Siete discos y un recorrido marcado por ideas de autogestión.
Efectivamente. La idea principal era que a partir de ahí nosotros íbamos a ser los que decidíamos cuándo y dónde tocábamos. Teniendo en cuenta que teníamos veinticinco o veintiséis años, digamos que había que aguantar el tipo. Es una de las cosas de las que más me enorgullezco.
Dejas entrever una sensación de liberación al dejar atrás Kortatu.
No sé si tanto, pues comenzaba a agarrar otro peso quizás mayor al pretender llevar el control absoluto de todo, comenzar a producir diferentes bandas para el sello, vascas e internacionales, como ocurrió al poco tiempo… Pero sí, la etapa anterior fue un puto sinvivir. Todavía no sé cómo pudimos. De hecho, mucha gente no sobrevivió y se quedó por el camino. Y aquí tendríamos que hacer mención especial al tema de la heroína, pues queda poca gente viva de aquella época.
Los cuatro miembros de Cicatriz, grupo con el que más actuamos, murieron todos; de Eskorbuto murieron Josu y Jualma. De RIP solo queda Txerra. De Vómito murió su cantante Biktor, mi mejor amigo desde la escuela, la militancia política juvenil y después en el punk rock. En fin, una masacre provocada por la entrada masiva de heroína a precio imbatible y de mucha pureza que provocaba una dependencia rápida, un clásico de manual de contrainsurgencia, a lo que se unió la desinformación sobre el sida; mucha gente que solo había probado alguna vez o que se había desenganchado murió posteriormente como consecuencia de estar contagiado por el VIH.
Con Negu Gorriak la sensación de control empieza a ser mucho mayor. También es otra época y la banda, de alguna manera, pertenece a ella. Políticamente todo estaba también en cambio. Todo era ya distinto.
Decidíamos cuándo actuábamos. Y lo hacíamos solo en giras. Cosa que antes era absolutamente imposible. Queríamos ser autosuficientes y funcionar con nuestro propio sello discográfico: Esan Ozenki. Y lo hicimos. Con nuestra propia producción. Y también lo hicimos. Controlábamos todo el proceso. Crear una canción, tocarla, grabarla, producirla e incluso venderla. Empezamos a distribuir en Latinoamérica, en otros países europeos. En fin, sí, nos sentimos más libres. Desde el punto de vista creativo y desde el punto de vista de la producción y distribución. Ya sabes, la tierra para el que la trabaja.
¿Por qué decidisteis que el primer concierto de la banda tenía que ser en la cárcel de Herrera de la Mancha?
Aquel año ya teníamos el disco editado y decidimos que Negu tenía que ir a tocar allí porque se hacía cada año una marcha a favor de los presos. Ese tenía que ser el sitio donde empezara el grupo. Íbamos sin batería, todavía con caja de ritmos. Y lo hicimos porque éramos un grupo comprometido y queríamos que los presos salieran a la calle. Esa fue la razón principal. Toda una declaración de principios. Llegamos con un camión lleno de bafles, realizamos nuestro primer concierto ante diez mil personas venidas desde el País Vasco. Lo hicimos frente a la cárcel y rodeados de policías.
Uno de los episodios que más marcaron la historia de la banda fue una denuncia del general Galindo por daños contra el honor. ¿Cómo impactó todo aquello en vosotros?
Estando en Irún recabábamos mucha información —digamos que no oficial— de toda la gente que andaba en el contrabando en un lugar de frontera como es esta zona del Bidasoa. Una zona que ha vivido un poco de eso, sobre todo en los años de posguerra, pero también más adelante. Contrabando de mercancías, de ideas, de información. Contrabando de todo.
De repente un día nos enteramos de que una tonelada de cocaína incautada por la Guardia Civil es pesada al día siguiente y solo quedan novecientos gramos. Todo el mundo decía en Irún que aquello era cosa del cuartel de Intxaurrondo, encargado del control de la frontera. Que al final ellos también terminaron convertidos en narcotraficantes.
Cuando editamos aquella canción en el 91, «Uztelkeria» (podredumbre o corrupción), lo que decimos es que las drogas hay que legalizarlas para evitar el enriquecimiento de las mafias. Pero también denunciamos a Intxaurrondo y a Galindo al hilo de un tema muy debatido como era el tema de las drogas en Euskadi. Hubo incluso atentados de ETA a locales que supuestamente vendían drogas. Todo aquello nos generó enormes broncas con gente que se podía considerar cercana, porque nosotros estábamos a favor de la legalización para que nadie te dijera lo que tenías que hacer. Ni el Estado ni la izquierda abertzale. Y esa canción servía también para eso. Nos vamos de gira y al volver Galindo nos pone la denuncia. Y todo porque su hijo era seguidor de Negu Gorriak.
¿Perdón? ¿El hijo de Galindo era seguidor de Negu Gorriak?
Sí, señor. Esto nadie lo sabe, pero el hijo de Galindo seguía a Negu Gorriak. Al parecer se llevaban muy mal entre ellos y fue con el disco y le dijo a su padre… mira, escucha esto. Supongo que el otro lo escuchó, digo yo que se lo traducirían, y envió al abogado que nos denunció a todos los que aparecíamos en el disco. Y al sello discográfico. Nos mete un varapalo de quince millones de pesetas y nos exige la retirada de la canción. Galindo denuncia incluso al técnico de sonido, Ángel Katarain.
¿Katarain?
Katarain.
No me digas que…
Sí, exacto. Ángel González Katarain, Kata. Hermano de Yoyes. Mucha gente no conoce los entresijos de la historia del País Vasco, su complejidad, lo pequeño que es. Y cómo estamos todos absolutamente tocados… Tocábamos en Kortatu cuanto ETA mata a Yoyes, la hermana de nuestro técnico de sonido, en el año 86 en Ordizia. Katarain sigue, por cierto, siendo mi técnico de sonido hoy en día.
¿Cómo recuerdas aquel atentado? ¿Cómo cae en el grupo?
Como una bomba atómica. Mi apoyo a la lucha armada era explícito en entrevistas y actuaciones, eso lo conoce todo el mundo, ante la represión brutal, las torturas sistemáticas y humillaciones, la respuesta de Gladys del Estal, que en una sentada pacífica acabó con un tiro en la cabeza de un guardia civil después condecorado; nos marcó la fecha del Bloody Sunday a la vasca. Pero siempre añadía un sentido crítico, y continuamente la idea era que se acabara con un proceso de paz. Que esa espiral de violencia que sufríamos todos terminara de una vez. La muerte de Yoyes fue un golpe impresionante que nos dejó a todos destrozados.
Para Ángel Katarain obviamente más. Y para toda su familia, porque uno de sus hermanos era concejal de Herri Batasuna en Ordizia y otros hermanos habían sido miembros de ETA. El mismo Kata había sido torturado en una detención. Lo que ha ocurrido aquí ha sido tremendo. Todos quedamos tocados. Y el GAL por su parte seguía actuando, y las detenciones con torturas, y el odio seguía guiando nuestros pasos, como cantara en un tema.
Tras la ruptura de la tregua de Argel, Josu Muguruza, compañero de trabajo pues yo era locutor de Egin Irratia, la radio de Egin, y Josu redactor jefe de Egin, y gran amigo, fue elegido parlamentario y por primera vez Herri Batasuna iba a participar en el Parlamento español. Llevaba una propuesta de retomar el proceso. Y lo mataron. Recuerdo que incluso Natxo Etxebarrieta, quien fuera cantante de Cicatriz y gran amigo, pensó que me habían matado a mí, estuvo aterrado cuando le dijeron que habían matado a Muguruza en Madrid.
No había manera de salir de aquella espiral de violencia. En esos días comenzábamos a montar Negu Gorriak mi hermano Íñigo y yo con Kaki Arkarazo, que estuvo tocando en el homenaje a Yoyes junto a Katarain.
El asesinato de Yoyes fue uno de los atentados cuyo impacto fue mayor dentro de todo el historial de asesinatos de ETA. Es un punto de inflexión clarísimo en la historia reciente del País Vasco.
Estoy de acuerdo. Fue un punto de inflexión que cambió muchas cosas. Pero imagínate el impacto en la familia de Yoyes. Fue tremendo, piensa que varios de la familia habían sido miembros de ETA político-militar en la dictadura. En fin, terrible todo. Un cambio en la dirección de la banda con Yoyes ya en Ordizia terminó así. Un absoluto desastre.
Me acabas de dejar de piedra.
Pues imagínate cómo nos quedamos nosotros.
Volviendo a Galindo, en el año 2001 el Tribunal Supremo os absuelve y dais cuatro conciertos para celebrar la absolución. Uno de ellos con la Banda Bassoti de teloneros. Pero celebráis la sentencia como algo más que una sentencia judicial. Lo hacéis como una victoria sobre la Guardia Civil.
Fue una una supervictoria. David contra Goliat. Habíamos ganado a la Guardia Civil, a Intxaurrondo, a Galindo. Sentíamos que éramos Vietnam ganando al imperialismo americano. Aquello fue la hostia…
Encontramos mucha solidaridad de mucha gente en aquella etapa. Nos habíamos despedido en el 96 con un disco de versiones de canciones que nos habían gustado mucho y nos habían acompañado durante todo nuestro recorrido. Pero lo habíamos dejado claro. Dijimos: nos disolvemos, pero, cuidado, cuando ganemos el juicio a Galindo nos volveremos a juntar para celebrarlo.
Hicimos una campaña que podríamos decir que fue precursora del crowdfunding que hoy día financia cantidad de proyectos, me parece un método de autofinanciación para proyectos creativos muy interesante.
Tú ponías cinco mil pesetas y nos ayudabas a pagar un costosísimo procedimiento judicial. Y, a cambio, nosotros te dábamos un disco de maquetas y rarezas y guardábamos las direcciones porque sabíamos que íbamos a ganar judicialmente. Nos ayudó muchísima gente. Después, cuando por fin salió la sentencia, enviamos una entrada para esos conciertos a cada una de esas direcciones que nos habían ayudado.
Hicimos cuatro conciertos, sí. Uno en secreto en una bodega de Hernani y los otros tres nada secretos. Hasta que nos absolvió el Tribunal Supremo habían pasado diez años desde que sacamos aquella canción. Diez años de nuestra vida en los que salió a la luz mucho de lo que tenía que salir sobre Galindo, sobre Intxaurrondo, sobre Lasa y Zabala… Mikel Zabalza… Todavía no sé cómo estamos vivos hoy con todo lo que se vivía aquí. Cuando ganamos en el tribunal de primera instancia, en el 94, el periódico El Mundo publicó mi foto frente a la de Galindo con el titular: Negu Gorriak 1 – Galindo 0.
Cuando hicimos aquella campaña de crowdfunding nos llegaban continuamente amenazas de muerte. Todo tremendo. Íbamos a hacer una actuación en el velódromo de Anoeta y por la cantidad de gente que quería venir tuvimos que hacer dos… Unas treinta mil personas en total. Es importante señalar el soporte que tuvimos de Odón Elorza, el alcalde de Donosti en aquellos años, que nos facilitó todo para poder celebrar aquellos conciertos.
Uno de los momentos más increíbles de mi vida. Era de alguna manera una victoria de la libertad de expresión. Con controles de todo tipo de la Guardia Civil; estoy seguro de que no les gustaba mucho todo aquello que estaba pasando. Pararon con especial saña a los autobuses que venían de Cataluña, seguidores que ya tuvieron que sufrir un asedio policial a la sala Zeleste, donde Negu Gorriak hizo su primera actuación en Barcelona en el 91.
No es difícil pensar que la Guardia Civil no estaría muy contenta, no.
No, no lo estaba. La relación con la Guardia Civil me ha traído de todo… Desde violaciones con pistola a una chica que cuidaba a mis hijos, hasta torturas a amigos cercanos, insultos y simulación de disparo a mí y a mi compañera en un control, que por cierto denuncié, pero se archivó. En fin, de todo.
Pero déjame que te cuente una anécdota divertida. En 1999, con todavía el proceso abierto, voy a tocar a Portugal por la conmemoración del 25 aniversario de la Revolución de los Claveles. Estábamos llegando a la frontera con Portugal y paramos en una gasolinera. Entro y me encuentro a cuatro guardias civiles en la barra.
Me acerco al baño y por el espejo veo al lavarme las manos que tengo detrás a uno de ellos. Y pienso: se jodió, de esta no salgo. De repente, el tío me dice, «¿Fermín Muguruza?». Y le respondo: «Sí, soy yo». En mi cabeza pensaba: ahora sí, prepárate para el palizón. Y va y me suelta: «Suerte, maestro», y me lanza la mano. Me di la vuelta, y nos dimos un apretón de manos. Joder, tío, me temblaba todo…
Mi colega Koldo, metido dentro de uno de los baños, estaba acojonado escuchándolo todo, y sin salir por si acaso. Lo tengo como testigo, es una historia que nos encanta contar. No sé. A veces la vida te sorprende. Salí de allí pensando que había gente también dentro de la Guardia Civil que estaba en contra de todo lo que Galindo representaba. De toda aquella mierda.
En 2003 te dan un premio por In-komunikazioa, te solidarizas con los trabajadores de Egunkaria, periódico en euskera cerrado poco tiempo antes, y nuevo lío.
Esto es increíble, la verdad. Recuerdo que Iñaki López en una entrevista me dijo: «¿Pero qué pasa, Fermín, no te han dado más premios que ese o qué?». Y lo cierto es que después de aquello no me han vuelto a dar más premios, no.
Bueno, como documentalista gané en el Festival In-Edit el premio al mejor documental por la serie que hice para Al Jazeera. Esto era en Barcelona, claro, y es que Barcelona siempre ha sido mi segunda ciudad, el lugar donde fuera del País Vasco me han acogido como a uno de los suyos. Recuerdo a David Fernández con la gente de La Torna colocando una pancarta tras las cancelaciones de mis conciertos en la que se podía leer: «Benvingut, Fermin Muguruza». Esta es una etapa, en 2003, que tú, desgraciadamente, recuerdas bien, ¿no?
Sí, son años que tengo muy bien grabados en mi memoria.
Lo sé, lo sé. Lo cierto es que el cierre del periódico nos pilla en pleno concierto con Manu Chao en el Antzoki de Bilbao. Era una época de aznarismo puro y duro. Estábamos en plena guerra de Irak, se cierra Egunkaria y mucha gente se posiciona en contra, incluso gente de tu mismo partido. Detienen a Martxelo Otamendi, lo torturan cebándose en su condición de homosexual. Tremendo.
Así que cuando me dieron el premio subí, me solidaricé con Egunkaria y sus trabajadores —ya había avisado a Martxelo que así lo haría—, y cuando termino… La gran pitada. Es muy popular ese vídeo en YouTube, la verdad. Recomiendo a quien no lo haya visto que le eche un vistazo.
Después inicias gira con Manu Chao y la Radiobemba Sound System y tienes problemas con la AVT. Vais a tocar al Martín Carpena y dicen que «Sarri Sarri» es apología del terrorismo. El concierto se termina suspendiendo.
Así es. Se suspendieron Málaga y Murcia. Dos conciertos. Veníamos haciendo conciertos por toda Europa, unos treinta por todo el Estado español; quince mil personas en Pamplona, veinte mil en Vigo, también cerca de veinte mil en Madrid… Recuerdo que Fernando León de Aranoa, director de cine con el que había colaborado en la banda sonora de su película Barrio, se acercó al camerino tras el concierto de Madrid y nos dijo a Manu y a mí que tenía dudas de que el Partido Popular nos dejara seguir con aquella gira.
Aquello se estaba convirtiendo en un altavoz en contra de la guerra de Irak, en contra de lo que el Gobierno hizo con el Prestige en Galicia y en contra del cierre de Egunkaria. Parte de lo que recaudamos, de hecho, fue para hacernos inversores del siguiente periódico que saldría en euskera, Berria.
Desgraciadamente, Fernando acertó en sus premoniciones, y de los tres conciertos que nos quedaban para finalizar la gira se nos cayeron dos e intentaron como fuese que se cancelase el último de Rubí. Imagínate, la gente del Ayuntamiento de Rubí nos contó que hasta Michavila, ministro de Justicia en aquel año, llamó para exigir que no subiera al escenario. Al final, la alcaldesa (del PSC) se subió conmigo a bailar «Sarri Sarri», canción que habíamos recuperado del repertorio de Kortatu para el repertorio con Manu, y que seguimos haciendo cada vez que nos juntábamos.
Aquella gira terminó en agosto y recuerdo perfectamente que en septiembre de ese mismo año, en la presentación de La pelota vasca, de Julio Medem, es cuando nos conocimos tú y yo.
En el Kursaal de Donosti. Recuerdo perfectamente aquella conversación.
Yo también. Me impactó mucho que me dijeras que seguías mi música, y que te solidarizabas conmigo por la censura que estaba sufriendo. Saber que un atentado de ETA podía haberte matado… y tus palabras, tu cercanía, tu sinceridad me impresionó. Sentí que nuestra labor era la de construir puentes. Esas construcciones arquitectónicas que sirven para comunicar dos orillas, que además son los primeros susceptibles de derribo en cualquier conflicto.
Fue un clima cálido el que vivimos casi todos nosotros en el estreno de aquella película de Medem. Un clima cálido en medio de un tiempo helador.
Así es.
He encontrado una declaración literal tuya de aquel año que dice lo siguiente: «Llevo años afirmando que estoy en contra de la violencia de ETA, pero parece que no se me hace caso. Que no se me quiere creer. Sí, soy independentista y soy de izquierdas, pero eso no significa que esté a favor de la violencia. Por eso creo que esto no es sino una persecución ideológica». ¿Sigues pensando así?
Por supuesto. En todos esos años había demandado en distintos escritos y entrevistas que ETA tenía que parar, que declarara de nuevo una tregua, que se retomaran las negociaciones. Estaba estudiando y siguiendo varios procesos de paz como Sudáfrica o Irlanda del Norte, donde además había estado tocando, concretamente en Belfast, cuando salió el ultimo preso del IRA en el año 2000. Había estado en El Salvador… cuando el FMLN pudo presentarse a las primeras elecciones tras el acuerdo de paz. En fin, lo tenía claro. Estaba apostando de forma nítida por un proceso de paz en el País Vasco.
Pero eran años muy complejos. La propia Pelota vasca, de Julio Medem, sufrió una persecución y una campaña brutal por dar una oportunidad a la palabra. Hablar se había convertido en una amenaza. No se quería escuchar, ya que eso era lo que proponía la película: escucharnos. Recuerdo a Medem en el Sáhara, donde coincidí con él en el Fisahara, festival de cine en los campos de refugiados, y me contó que estaba destrozado por toda aquella campaña. Recuerda el escrito que envió en el que hablaba de una tormenta de puñales.
No interesaban los discursos que llamaban a que la violencia terminara. En la etapa de Lizarra-Garazi y en años posteriores, la hemeroteca tiene múltiples declaraciones mías demandando la humanización del conflicto, el cese de la lucha armada, la reivindicación de la acción directa y la desobediencia civil, incluso involucrándome activamente en el grupo Zuzen, que practicaba la acción directa no violenta.
Era una persecución ideológica en toda regla. No interesaba escuchar a nadie. Tampoco a mí, que ya estaba demonizado.
En 2001 un grupo de ultraderecha intentó cometer un atentado contra vosotros en un concierto y terminaron condenados a seis años de cárcel por la Audiencia Nacional.
Sí. Declararon después en el juzgado que habían ido a atentar allí porque estaba tocando Fermín Muguruza. Todo eso pesa mucho. Amenazas que terminan convertidas en un intento de atentado. Y no lo digo por mí, sino sobre todo por el público. Un atentado que pudiera afectar a parte del público era mi preocupación constante. O a parte del grupo, que por tocar conmigo les pudiera pasar algo.
Cuando estaba tocando con la Kontrabanda la mitad del grupo era de Madrid. Y esa imagen me obsesionaba. Nunca se lo dije a ellos, la verdad.
Se lo dices aquí y ahora.
Se lo digo ahora y aquí contigo, sí. Me obsesionaba que les pasara algo. Siempre estuvieron conmigo, nunca dudaron ni un instante, parte de los músicos de Hechos Contra el Decoro y Begoña Bang Matu. Desde aquí mi reconocimiento, admiración y gratitud.
Los que intentaron atentar en vuestro concierto, ¿cumplieron la condena?
Un año o así. Muy poco tiempo. Enseguida estuvieron fuera. Y el tiempo que pasaron en la cárcel lo pasaron en una prisión muy cerca de sus casas. Sobre todo, lo que me molesta de esto es que prácticamente nadie se hizo eco de la noticia. Si hubiera sido a otro todavía hoy se estaría hablando de eso, de un intento de atentado a un artista. Pero ya lo he dicho antes, estaba criminalizado y condenado al silencio.
Uno de los elementos más claros en tu obra ha sido una reivindicación del EZLN en México. De hecho tocasteis allí con Negu Gorriak. ¿De dónde viene ese vínculo con el movimiento zapatista?
Este caso es muy interesante. Uno de esos casos en los que la violencia es una respuesta obligada a una situación objetiva de injusticia. Se levantaron en armas en San Cristóbal de las Casas y hubo batallas muy cruentas con muchos muertos. Era una violencia de respuesta del pueblo en Chiapas. Y yo los apoyé. México es claramente el país que más me ha impactado. De alguna manera me siento latinoamericano de ritmo vital y, entre todos los países del continente, México es mi país. Hay una pulsión que me llena de vida.
Cuando fuimos con Negu, en el quinto centenario de 1492 y con nuestro discurso contestatario, ya volví de allí muy impresionado. La conexión fue muy especial para todos nosotros. Volví pronto y lo recorrí entero con Jone, mi mujer. Todo el país me parece impresionante. Nos metimos en el México profundo y buscamos a los grandes chamanes, doña Julieta incluida, que habían contactado con los Rolling Stones y los Doors… Comíamos honguitos con ellos, probamos el peyote… No sé, fue un viaje impresionante. Conocimos su cultura y su pobreza en su dimensión más profunda.
Estando allí en el año 93, en Oaxaca, ya nos avisaban de que iba a haber un levantamiento armado de los pobres de aquellas regiones. Terminó produciéndose el 1 de enero del 94. Un alzamiento armado del EZLN en la región de Chiapas contra la pobreza y la tiranía, que nosotros apoyamos claramente. Eran las venas abiertas de América Latina en su sentido más claro.
En el 96, en la última gira de Negu Gorriak, que termina precisamente el día de mi cumpleaños, el 20 de abril en el D. F., nos suspendieron varios conciertos. Y un día estoy en el hotel y se me acerca un tío y me dice: «Te está esperando el subcomandante Marcos en la selva Lacandona».
¿Cómo recuerdas aquella entrevista?
En primer lugar evité decir nada de la entrevista a los miembros del grupo, solo les dije que me iba a Chiapas. Pero de repente Mikel, el baterista, dice que se viene conmigo, y otro amigo que estaba por allí con nosotros dice que se apunta también. Así que los tres nos cogimos un avión, después un camión, pasamos unos cuantos controles del ejército y llegamos a San Cristóbal de las Casas.
Nos fuimos a la plaza y allí llegó un chaval con una postal de Negu Gorriak. Nos pidió que fuéramos con él y nos acercaron a la casa de unos periodistas, eran los que hacían de enlace.
De allí nos fuimos a La Realidad y empezaron a llegar alrededor de tres mil personas encapuchadas al grito de «El pueblo unido jamás será vencido». Era todo increíble. Nos llevaron a comer antes de que llegaran los alzados. Allí estaba también Danielle Mitterrand.
Por la tarde empezó a sonar música y de repente llegó Marcos a caballo rodeado de los suyos, y después empezó la entrevista. En ella nos explicó por qué se habían alzado en armas y su deseo profundo de que pronto la violencia dejara de ser necesaria en ese territorio de México. «Ojalá no haya que dar más tiros», nos decía. Frase que utilizamos también en parte en homenaje a él dentro del disco Ideia Zabaldu, aunque también añadíamos parte de su discurso en el que decía: «Es necesaria una cierta dosis de ternura para comenzar a andar con tanto en contra, para adivinar en esta oscuridad un pedacito de luz, pero, a veces, no basta con una dosis de ternura y es necesario agregar… cierta dosis de plomo».
Se publicó que habías estado allí. ¿Se filtró o lo filtrasteis?
No, no, no. Había periodistas en aquel encuentro con Danielle Mitterrand que escribieron que también estaba yo, por eso se conoció. Cuando volvimos a San Cristóbal de las Casas nos detuvieron y nos citaron en Gobernación de D. F.
Esa noche teníamos concierto en homenaje al EZLN y obviamente no nos presentamos. Fue una noche de película, escondidos después de casa en casa. Al día siguiente, en el aeropuerto, el interrogatorio para que soltara información de enlaces, nombres y direcciones no fue ninguna broma. Terminaron prohibiéndome entrar en México durante dos años.
A Mikel Txopeitia, el baterista, lo metieron en prisión durante varios días. Y cuando le interrogaban el tío decía que no tenía ni idea, que todo era cosa de Fermín Muguruza… Se montó buena por allí, sí.
Tras todo ese capítulo mexicano decides saltar a Jamaica en 2005 para tocar junto a Clive Hunt con músicos que venían de colaborar con Jimmy Cliff. Una especie de vieja deuda pendiente con sonidos que están influyendo en tu obra prácticamente desde el principio.
Todo viene de que Toots quería conocerme, le encantaba la versión que hicimos de «Sarri Sarri» después del «54-46», la musicalidad del euskera, y entonces su mánager me insistió para que fuera a Jamaica a grabar. Xabi Pery, quien fuera guitarrista de Itoiz y colaborador musical en esos años, conocía a Clive Hunt, el prestigioso productor, y allá nos fuimos Xabi, Jon Elizalde, mi trombonista, Xabi Solano, el mago de la trikitixa y yo.
Déjame que te cuente la obsesión musical del productor Clive Hunt. Me contó que en un tiroteo en el que recibió ocho balas, según escuchaba los disparos imaginaba cada bala como una nota en el pentagrama según su sonido entrando en su cuerpo. Sobrevivió y realizó una gran producción en los estudios Tuff Gong de Kingston, los de la familia Marley.
Trabajé junto a músicos muy admirados y Toots grabó conmigo una canción sobre la plaza de Moscú en un día de mercado. Fueron días muy emocionantes. Hay que tener en cuenta que de allí sale un disco luminoso porque, entre otras cosas, ETA estaba en tregua, y podíamos imaginar de nuevo un futuro distinto para nuestro país.
La anterior tregua de 1998 me pilló en Cuba, donde estuve de gira con los DUT, y junto a los refugiados vascos que estaban en la isla hicimos una gran celebración por aquel momento de esperanza que se estaba abriendo.
En Jamaica, en 2006, el disco sale lleno de luz porque en plena tregua pensábamos de nuevo que era la definitiva. Es claramente uno de los momentos más bonitos de mi vida, trabajando allí con tantos músicos admirados. Estuvimos alrededor de mes y medio y fue todo impresionante. Quedó registrado en mi primer documental, grabado de manera doméstica, pero reflejando lo vivido con gran naturalidad.
Al volver era el famoso juicio del 18/98, la negociación de Otegi y Egiguren, un momento también importante. Y, sin embargo, todo cambió de repente. Entré en uno de los momentos más duros y más difíciles de mi vida. En primer lugar porque murió mi padre. En segundo lugar, porque se rompió la tregua. Escribí entonces uno de los temas más tristes y a los que más apego sigo teniendo: «Balazalak», donde canto que llueven casquillos de bala como en cámara lenta, y me estoy ahogando.
La ruptura de la tregua llegó con el atentado en la T4.
Exacto. La T4. Sentí la necesidad de lanzar un manifiesto de rechazo total y promover el grupo Milaka Bilaka, un movimiento bien novedoso con gente significativa de la izquierda abertzale que se implicó para que no se volviera al lenguaje de las pistolas. Organizamos una manifestación en Bilbao donde pinché música.
Pedí a Manu Chao que me ayudara, a Marina de Ojos de Brujo, a los Zebda, grupo número 1 en aquel momento en Francia… Decíamos claramente que la violencia tenía que parar de forma definitiva, pero no lo conseguimos, no en ese momento. Pero estoy convencido que todo influyó en el devenir posterior de la historia.
Me interesa mucho una cosa por la que has pasado antes. Cómo combinas una mirada internacionalista que está muy presente en todo lo que has hecho y dicho desde hace muchos años con una reivindicación exclusiva de lo vasco que también está muy presente en ti. Juegas a saltar por encima de fronteras en combinaciones culturales muy dispersas y me interesa saber cómo encajas todo eso con una lectura exclusivista de lo vasco.
No solo de lo vasco, de las diferentes culturas que puedo ver o que pueden existir. Yo defiendo que cada nación tiene derecho a autodeterminarse. Y celebraría que mañana en Euskadi fuéramos independientes.
Sé que mi relación con otros lugares del Estado seguiría siendo buena. Y creo que a nivel cultural es muy positivo que se puedan desarrollar distintos niveles de decisión que en el fondo son también una forma de autogestión.
Cuando viajas, en contra de lo aparente, es cuando al menos yo más cuenta me doy de esto. Nunca he hablado de nacionalismo, he hablado de independentismo, que no es exactamente lo mismo.
La idea de defensa de tu propia cultura queda muy clara en plena globalización neoliberal, con un capital que no tiene fronteras, que no atiende a ellas. Así que la idea de no asimilación y de interculturalismo me parece muy atractiva. Me gusta que en Euskadi haya nuevas lenguas procedentes de países lejanos que ya forman parte también del País Vasco. Que ya son parte de todos nosotros.
Y de la misma manera reivindico la centralidad del euskera, que sigue sin estar al mismo nivel que el castellano siendo un país bilingüe. No quiero que el euskera desaparezca, porque ya estuvo a punto de desaparecer, nos lo quitaron, nos lo prohibieron. La lengua de un pueblo es esencial.
¿Cómo recuerdas el 20 de octubre de 2011? El día en que ETA dice «cese definitivo». No hay vasco ni vasca que no recuerde qué sintió ese día.
Llevábamos tiempo imaginando ese momento… No sé, fue un día muy emocionante. Me pilló otra vez en Cuba. Esta vez estaba en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños impartiendo una asesoría sobre documental musical. Por fin llegó. Y además teníamos la certeza de que sería la definitiva. Esa noche brindamos por ese futuro que no está escrito pero que nos pertenece.
Tengo la sensación de que en Euskadi desde entonces todo es mucho más ligero. Como si todo, incluso el lenguaje, pesara menos.
Sí, sin duda. Han pasado ya cinco años y todo pesa menos, aunque sigue habiendo cosas que desde mi punto de vista siguen siendo duras. Este episodio de Alsasua, por ejemplo. Con acusados de terrorismo. Es tremendo. O el mantenimiento de la dispersión de presos por cárceles alejadas de Euskadi. Es difícil comprender que no se haya producido el acercamiento de los presos a País Vasco. El proceso de paz sigue pendiente, la creación de una Comisión de la Verdad, como la que liderara Desmond Tutu en Sudáfrica, donde se reconozca el sufrimiento y converjan algo más los relatos. No creo que se pueda construir un relato único.
Me gustaría que nuestra generación fuera capaz de cerrar heridas y construir un país entre todos. No lo sé, recuerdo en la presentación de La pelota vasca cuando la hija de Ernest Lluch me pidió que le presentara a Arnaldo Otegi. Me pasó lo mismo que cuando hablé contigo también el mismo día. Sentí que había una Euskadi posible entre todos.
Y ahora, cinco años después del cese definitivo, sigo preguntándome si esa Euskal Herria de todos es posible. Quiero pensar que sí. Sé que el sufrimiento vivido sigue ahí, pero espero que la siguiente generación pueda compartir este País Vasco de todos de forma mejor.
¿Qué está por venir además de la película de animación para el año que viene?
Acabo de sacar un disco de sesiones que grabé en Barcelona, cuando estábamos con la exposición de Black is Beltza. Para que la película de animación se pueda presentar el próximo año tengo un trabajo estajanovista por delante. Lo más próximo es la creación de la banda sonora que haré con Raúl Fernández, músico con el que he estado actuando durante año y medio en el teatro musical Guerra que hemos hecho con Albert Pla, y contaré con la complicidad de Maika Makovski y Anari, dos mujeres a las que admiro totalmente. Me han cedido un espacio en la fábrica de creación Fabra i Coats de Sant Andreu en Barcelona, y desde ahí montaré mi base operativa de trabajo en los próximos meses.
Después del estreno en septiembre del 2018, mi idea es viajar con la película e instalarme en distintas ciudades del mundo por unas semanas, y montar en lugares de encuentro eventos en los que proyectemos la película y armar ciclos alrededor con cine local. Quiero encontrarme con diferentes músicos, hacer conciertos, programas de radio, debates, exposiciones… Una aventura a la que todavía tengo que dar forma pero que me motiva muchísimo.
Siento a veces que tengo un problema de sobreexposición, no me paran de pedir entrevistas y solo el hecho de elaborar mi agenda es un sinvivir. Parece que tenían razón los que me decían que caí en la marmita de pequeño, pero necesito salir de los focos por un tiempecito. Los periodistas me quitan demasiado tiempo y concentración.
Periodistas y no periodistas. Como yo, por ejemplo.
[Risas] Pero esta estoy encantado de haberla aceptado. Es una entrevista muy distinta. Y muy especial. De hecho, considero que es algo más que una entrevista. Aquí nos mostramos por completo ante el público. Enseñamos a los que nos lean que estamos aquí sentados en la cocina de mi casa y que nos une una amistad, con nuestras diferencias, por supuesto, con nuestros bagajes, pero que ilustra cómo se puede avanzar, cómo los conflictos se pueden resolver. Zubigileak es la palabra en euskera con la que me gustaría que nos visualizaran. Los que construyen puentes.
Es una palabra preciosa. Y sí, creo que la sociedad vasca necesita y necesitará muchas cosas. Entre otras, la construcción de puentes.
Estoy de acuerdo.
Más allá de tus proyectos profesionales, desde un punto de vista global, ¿a dónde te gustaría que fuéramos?
Hubo un momento muy interesante con esto del socialismo del siglo XXI en Latinoamérica. Se inició una pelea tremenda contra las inmensas bolsas de pobreza que me hizo pensar que igual esta vez sí podíamos. A pesar de que con Salvador Allende no habíamos podido. Estamos en un momento desastroso, el neoliberalismo global va ganando. Así que, como deseo, caminar hacia el socialismo global sería para mí el mayor de todos. Y a nivel nacional vasco, me gustaría que el proceso de paz se cerrara con la salida de los presos y el reconocimiento del derecho de autodeterminación.
Muchísimas gracias, Fermín, por haberme recibido en tu casa.
No, gracias a ti. Ha sido un placer tenerte aquí. Y ha sido un lujo esta conversación.
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